Y entonces cerramos los ojos. Estábamos escuchando los sonidos del mundo. La música del Universo. En ese estado el sentido de la vista perdió su fuerza y el oído era el único contacto que teníamos con la realidad. Eramos dos voces, flotando en el Infinito. No conocíamos nuestros rostros. Jamás nos habíamos visto. Sólo sabíamos que compartíamos la existencia. Y sospechamos que habría alguna manera de ver, sin tener que abrir los ojos...

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