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Esa noche no pude dormir. Un remolino de preguntas me arrastraba entre los abismos y la fascinación. Llegó el momento en que no me pude contener más y decidí contárselo a A. En el momento en que la tomé, la misma decisión me hizo saltar de la cama como resorte, caminar hasta su puerta y entrar para despertarlo.
—Güey no mames, ¡despierta! -le dije mientras sacudía su hombro-. Necesito hablar contigo, despiértate...
A. rodó de un lado a otro y abrió los ojos, dedicándome una extraña mueca.
—¿Qué pasó, qué quieres? -preguntó desconcertado, mientras hacía un esfuerzo por anclarse a la vigilia.
—Güey, está cabrón... Es que hoy me encontré algo, está muy cabrón...
—¿Qué te encontraste? ¿De qué estás hablando? Ya dime.
Con demasiada emoción le narré la historia de mi descubrimiento de la caja y las cartas de nuestro padre. ¡Teníamos que decírselo a mis otros hermanos!
—Índigo -me dijo casi compasivamente, clavando una mirada en mí que yo jamás había visto-, déjalo ir...
—¡¿Qué?!
—Déjalo ir güey. Esas pinches cartas no significan nada, ni cambian nada. Me da mucha lástima que las hayas encontrado, ya le habíamos dicho a mamá que mejor las tirara. Tranquilízate.
Me encantaría haber visto la cara de imbécil que se me puso. No puedo describir lo que sentí ante lo que me decía mi hermano. ¿Tranquilizarme? Era el exacto opuesto a la tranquilidad lo que me estaba consumiendo en ese instante. Me invadía una locura piloteada por la ira.
—¡¿Ya las habías visto, pendejo?!
—Todos ya las habíamos visto -dijo, como si tal cosa-. Además las más importantes ni están aquí, mi mamá se las llevó al rancho.
—¿Cómo que las más importantes? -pregunté, ya con bastante trabajo para poder hilar mis pensamientos-. ¡¿Y por qué no me habían dicho?!
—A ver, ¡cálmate!
—¿Cómo quieres que me calme? ¡Explícame de una vez lo que está pasando!
—Lo que está pasando es que tú te metiste en donde no debías, y esas cartas son producto de la insanía mental de ese señor. ¡Entiende! No te habíamos dicho nada porque...
Se quedó como queriendo leer del piso lo que diría a continuación.
Se quedó como queriendo leer del piso lo que diría a continuación.
—¡¿Por qué?! -grité con furia.
—Llámale a V.
Terminamos despertando también a N. Todos fuimos a la habitación de V. y yo me sentía profundamente traicionado. Estaba llorando, sentía que perdía para siempre la razón. Cerraron la puerta y A. les narró todo lo sucedido. V. se acercó a mí, me abrazó y lloré aún más. Lloraba de coraje, lloraba de desesperación, de sentirme verdaderamente lastimado. Lloraba.
—Tienes que saber que decidimos ocultarte estas cosas por tu propio bien -me dijo muy suavemente V.
—No entiendo nada. Y menos si no me explican.
Fueron las palabras que me terminaron de colocar en el papel de víctima. Yo ahí, sentado en medio. Ellos mirándome con aire de arrepentimiento y de aquel que compadece a sus inferiores.
—Mira -dijo por fin V.-, mi papá estaba loco. O sea, loco bien, de manicomio. Mi mamá empezó a sospechar que algo muy raro estaba sucediendo cuando íbamos al rancho y él, sin avisar, se iba al monte toda la noche. Al día siguiente regresaba empapado. Mi mamá hundida en la angustia le preguntaba qué había pasado y él solamente contestaba que se había ido a velar.
—¿Cómo que a velar?
—No sé, a velar. Era lo único que decía. Y a partir de ahí se le empezó a botar gacho la canica. De eso sí me acuerdo, a veces yo lo veía aquí en el jardín desnudo, mirando la Luna llena con cara de idiota. De alguna manera sabía que yo estaba por ahí escondida, porque me hablaba. Decía: «Fíjate V., fíjate en el resplandor azul que hay entre el borde de la Luna y el cielo. ¿Sabes lo que es, V.? Es el infinito... el infinito, míralo...» y después de repetir "infinito" varias veces, se empezaba a reír con unas carcajadas tan estridentes que yo me aterraba y salía corriendo, todavía a la fecha tengo pesadillas.
Después de confesar esto, V. se detuvo un momento con la mirada perdida. Luego continuó.
—Recuerdo a mamá llorando en el baño varias veces. Pero siempre que yo le preguntaba, me decía que todo estaba bien. Ella lo amaba de verdad, y él decía que también la amaba pero se alejaba cada vez más de la vida normal. Es como si se hubiera enfermado de locura.
Después de confesar esto, V. se detuvo un momento con la mirada perdida. Luego continuó.
—Recuerdo a mamá llorando en el baño varias veces. Pero siempre que yo le preguntaba, me decía que todo estaba bien. Ella lo amaba de verdad, y él decía que también la amaba pero se alejaba cada vez más de la vida normal. Es como si se hubiera enfermado de locura.
—Yo también recuerdo a mamá llorando, pero no recuerdo que papá hiciera esas cosas -comenté, queriendo evocar alguna memoria.
—¡No me digas que no te acuerdas de sus fogatas!
De repente algo cristalizó en mis pensamientos y vino un recuerdo muy intenso de una noche en que mi mamá estaba gritando como loca que algo olía a quemado. V. y yo descubrimos que había una fogata en medio del jardín. Entre la oscuridad había una figura con una túnica y gracias a varios resplandores pudimos verla mejor, en el momento en que se acercó a pasar por encima del fuego una especie de daga. Era mi papá y, sin embargo, había algo tan ajeno en él que el estómago se me hizo nudos. La escena me pareció tan terrorífica que logré bloquearla en mi mente. Ahora comprendía por qué le tenía tanto miedo a las fogatas. Recordé también que mi madre se iba con nosotros a casa de mi abuela cuando mi papá iba a "usar el jardín". Fueron pocas y espaciadas veces, y tiempo después de eso mi padre desapareció.
—Creo que lo tenía bloqueado. Tengo algunos recuerdos -confesé aún sorprendido de lo que se me acababa de revelar-. Pero en sus cartas habla de que descubrió algo mágico. No suena tanto como una persona demente, suena a que de verdad llegó a algo -dije sinceramente-. Además siempre se hizo cargo de nosotros, aunque fuera de lejos.
—¿Tú crees? -preguntó N.-. Algo mágico, ¿qué, eres pendejo? ¿Crees que hacerse cargo es mandar cartitas y regalos? ¿Eh? ¿A poco crees que sus pinches historias justifican que nos haya abandonado? ¿Qué magia es esa? La magia del dinero. ¡Ya lo leíste! Ese señor se quedó atrapado en sus fantasías. ¿Leíste lo de la Orden de la Luna Oscura?
—Sí...
—Qué mamada, ¿no?
Me hacía sentir un idiota por haber creído en el discurso de un lunático. Pero algo en mí no quería ceder ante esa idea. Algo dentro de mí se agitaba.
—Y a todo esto, ¿exactamente de qué me estaban cuidando? -pregunté realmente molesto, sin entender por qué yo era el único que no sabía la verdad.
V. se puso muy seria, se acercó demasiado y yo esperaba una respuesta.
—Eso lo decidió mi madre... Bueno, decidimos que era lo mejor. Te lo ocultamos porque cuando papá se fue, te quería llevar con él. Decía que esa era La Regla. Después lo escribió en las cartas que no has leído... Escribió que tú ibas a ir por tu propia voluntad.
—¿La Regla? ¿Qué regla?
—¿Y cómo quieres que sepa? ¡No sé que reglas habría en su mundo! Estaba loco Índigo.
—¿Y las otras cartas qué más decían? ¿A dónde me quería llevar?
—Mira -dijo tajante, casi interrumpiéndome- Si quieres saber vas a tener que pedirle las cartas a mi mamá. Lo que te puedo decir es que te quería llevar a una cascada allá en Michoacán. Mi mamá lo siguió una vez y descubrió que se metía con todo y ropa. Según creo, está por el camino que tomábamos para ver a las mariposas monarca. Pero nunca me ha querido contar más, creo que es hora de que tú hables con ella.
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