Sunday, August 26, 2012

Un día fuera del tiempo

Hay veces que no entiendo en dónde están las entradas secretas en una montaña de flores. El viento se vuelve poder. No aguantan mis piernas y resbalo, rodando por las enredaderas. A veces llego a un lugar en el que puedo refugiarme. Mi espalda termina deshecha. A veces el viento sigue cantando hasta que la noche me traga. La música se vuelve una daga. La laguna, quieta. La laguna en silencio y en el día el reflejo.

Puedo encontrar mil lugares. Puedo caminar hasta donde sale el Sol o dormirme en donde se esconde. Puedo aguantar un día o tres semanas. Con un cáctus que no sé si es vida, muerte o esperanza. Me despido del tiempo y de todo lo que me arrebata. No da tregua ni se cansa, sólo corre como el agua en los troncos que al final se pierde en la tierra. Me deja ese olor a musgo y las nubes tan efímeras, intangibles. A las que doy mil formas y un instánte de vida. 

En la evolución terrenal nos quedamos atorados en la adolescencia de las almas. Nuestro cuerpo no se baja de la bicicleta, sigue pedaleando y nosotros por detrás deseando tener ruedas en la mente... arrastrados sin clemencia por un cordón de plata. Soportando el castigo de cada tope, destrozados por los baches. Tirando neciamente hasta comprar el deseo de que por fin termine el viaje. Olvidando nuestro corazón.

En medio del camino no tengo más que la única luz que conozco, ni otro grito comparable al de la guerra interna. Lo mejor que he visto siempre está cantando. El peor dolor siempre me levanta. Tengo el norte de mi brújula, la cual a estas alturas no sé si esté descalibrada. Pero hasta cuando no me doy cuenta estoy respirando. Y no me doy cuenta cuando acecha el enemigo, aunque yo cambie de carril, después de rebotar entre sueños para descubrir que no existe el regreso. No tengo más que vida... y la única libertad, que es bailar al ritmo de las percusiones hasta que el agua me disuelva.

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