Nos juntamos a pasarla bien, a compartir una buena charla, una María y alguna bebida con bajo contenido alcohólico. Pero más que eso, compartíamos la vida.
Éramos cuatro niños conociéndose, descansando del juego de ser grandes en el mundo. Brillaba en nuestros ojos esa esencia de ilusiones inocentes. Y frente a los ojos del universo éramos, como siempre habíamos sido, sencillamente eso. Cada uno con antecedentes diferentes y diferentes nacionalidades. Diferentes paisajes del planeta. Con historias particulares y perspectivas únicas. Éramos lo mismo... y eso era algo que yo ya sabía. El universo que se disfrazaba de cuatro maneras diferentes.
Cuatro artistas, como el niño que nace siempre artista. Dejando ver un poco más nuestros colores verdaderos, quedando tiernamente vulnerables. Hamlet, hondureño, escritor de canciones y narrador de cálidas historias de la noche, del mar y la juventud que pasó acostado sobre un muelle, cobijado por estrellas que tejen sueños del infinito mismo. De los buenos tiempos, donde una música lejana de bares tropicales ambientaban la magia de estar simplemente acostado ahí disfrutando estar vivo.
Diana, la guerrera colombiana, espiritu andrógino, valiente cachorra que me enseñó a bailar con la música del silencio, con los mismísimos pasos del corazón. Ella y Val eran reporteras de la vida que les tocó ver, del mágico Montréal, del fractal en ese espacio.
Valérie, fotógrafa risueña, princesa mestiza, noble amiga que comparte su tierra canadiense y su mundo, su sonrisa intraducible.
Una noche de helado invierno donde nos calentó nuestra humanidad y se plantó una semilla, que después de mucho tiempo y condiciones adecuadas germina en este espacio. Al final no quisieron escribir conmigo, pero el título se queda. <<Les quatre poètes>>Cuatro poetas: una sola tinta. Ya que somos lo mismo, desde la UNIDAD se escriben estas líneas, como siempre lo han hecho. Desde mi perspectiva.
¿Cómo podría ser diferente?

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